Para los viajeros del vino, Mendoza, con sus terruños, su cultura y sus paisajes desmesurados, imponentes y austeros al mismo tiempo, es un periplo tan seductor como pueden serlo otras regiones del mundo. Pocos paisajes del vino son tan deslumbrantes. Aunque somos el Viejo-Nuevo Mundo –se hacen vinos desde hace 500 años-, el gran cambio, la explosión con el reconocimiento a la característica de los vinos que marcan nuestra identidad comenzó en los 90, cuando se modificó drásticamente la calidad enológica y se redescubrió una variedad, el Malbec, con infinitas caras y posibilidades, que nos hizo entrar en el mundo. Cada vez hay más vinos, cada vez son mejores.
Creo ser una testigo privilegiada de las primeras incursiones. Las bodegas argentinas no recibían visitantes, no había recorridos programados, los establecimientos no eran seductores desde el punto de vista arquitectónico… ni de ningún punto de vista. Nada, sólo la imponente presencia de la montaña mágica, la energía del aire y del sol, la pasión de los hacedores y productores del vino, descendientes -casi todos- de italianos. Cuando viajaba a Mendoza para explorar en bodegas, me alojaba en hoteles mistongos; en aquel viejo Plaza -convertido desde hace más de una década en el Park Hyatt Mendoza- o en Cacheuta, donde los domingos llegaban a almorzar todos los dueños de las bodegas. Era mi punto de encuentro, invierno o verano. Lejos de la ciudad, lejos de los establecimientos. Todo cambia, todo cambia. Cada año crece la propuesta turística, no sólo en Mendoza, pero la provincia por algo fue elegida para acontecimientos tan importantes como el concurso internacional de sommeliers y la Segunda Conferencia Mundial sobre Turismo enológico. Los atractivos se multiplican, hay mucho más que Malbec y empanadas. Platos sorprendentes para armonizar con los vinos, concebidos por el cocinero junto al enólogo, como sucede en Ruca Malen o en Trapiche. Entonces vinos, sabores y paisajes se complementan y se convierten en una vivencia inolvidable. De eso se trata: vinos y platos, inseparables. Lo demuestran los restaurantes de Séptima, Lagarde, Susana Balbo, Tapiz, Atamisque, Terrazas, Melipal y Zuccardi, en su nueva bodega en el Valle de Uco, que suma Piedra infinita a la casa del Visitante en su bodega en Maipú. Cada visita se convierte en una experiencia sensorial y hedonista inolvidable. Única. La manera más placentera de conocer un país y su cultura. Por algo Mendoza es una de las grandes capitales del vino desde hace unos años.
Eliana Bórmida fue la ilustrada arquitecta socia del estudio Bórmida y Yanzón, responsables de la construcción de muchas de las mejores bodegas en cuanto al diseño. Bórmida, en su ponencia, sostuvo que cuando surgió este renacimiento los bodegueros le pedían construcciones al estilo de los châteaux franceses, pero el estudio de arquitectura tuvo desde sus inicios una idea muy clara: respetar la identidad del lugar, el paisaje, el desierto, los hombres. La primera bodega fue Séptima, una construcción al estilo huarpe integrada al entorno, austera y monumental. Luego vendría Salentein, construida en ese desierto en las alturas del Valle de Uco, concebida en forma de cruz, con un diseño pensado para que el vino tenga en la bodega su camino propio. Muchas otras bodegas llevan el sello de Bórmida y Yanzón, en Mendoza y en otros lugares del país y del mundo. El último ejemplo del estilo contemporáneo en las nuevas bodegas corresponde Zuccardi, que recibió el premio máximo de los Capitales del vino por la arquitectura integrada al paisaje estremecedor. En otros casos, la arquitectura de las bodegas siguió diferentes caminos: se mantuvo intacta una tradición, pero añadiendo racionalidad y estética, historia. Tal es el caso de Lagarde, una casa casi colonial, o Alta Vista en Chacras de Coria. O se recuperaron sueños inmigrantes, como la reconstrucción al estilo toscano de una vieja bodega donde ahora está Trapiche, junto al ferrocarril que allá lejos y hace tiempo transportaba los vinos de Mendoza a la gran urbe, Buenos Aires; ahora se ha convertido en una bodega espectacular con un restaurante de una modernidad absoluta. Quienes aman el vino no son turistas, son viajeros, como le gusta decir a Bowles. Los viajes del vino deben incluir experiencias únicas. Es la idea. Ese vino probado en un lugar particular del mundo queda para siempre en el corazón, en la memoria sensorial, en los regocijos del espíritu.
Por Elizabeth Checa
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