A fines del siglo pasado, el consumo local estaba dominado por los vinos de mesa, y el origen de los vinos tenía más que ver con la provincia donde se elaboraban que con las composiciones de los suelos o las influencias del clima.
Así, Mendoza lideraba por mayor volumen y diversidad de etiquetas, pero San Juan le pisaba los talones; al menos en el imaginario colectivo. Los vinos salteños eran considerados los más potentes, y los patagónicos, los más exóticos; más por procedencia que por estilo.
El milenio comenzó a puro varietalismo. Una moda impulsada por el Nuevo Mundo para poder competirle de alguna manera al Viejo Mundo, famoso por sus vinos con Denominación de Origen. Pero rápidamente la moda de los varietales quedó en evidencia, ya que había que justificar las diferencias dentro de las botellas más allá de las uvas. Así fue como los enólogos se volcaron en masa al viñedo a trabajar conjuntamente con los agrónomos, y comenzaron a surgir vinos con personalidad a partir de zonas. Pero en lugar de abrirse un campo de investigación, y tomarse tiempo para decodificar los resultados en pos de avanzar a paso firme, se largó una carrera sin precedente, en la que todos querían llegar primeros al lugar donde mejor se expresara cada uva. Y con el Malbec como principal vehículo, se pasó del origen provincial a los vinos de parcelas únicas, casi sin escala.
Y si bien es cierto que después de 20 años hay consumidores que saben bien dónde queda el Valle de Uco, ninguno podría explicar a ciencia cierta cómo son sus vinos. O por qué gustan más que los otros. Y las razones pueden ir mucho más allá de la geología, la composición de los suelos, el riego y la influencia del clima en un lugar determinado. Simplemente porque, además de la variedad de la uva y el manejo del viñedo, hay una persona (o un grupo de personas) interpretando ese lugar.
Es por ello que hoy, con dos décadas a cuestas de una gran evolución del vino argentino, que posibilita estar tomando los mejores vinos de la historia, el conocimiento del origen es escaso en relación con la calidad lograda. Y como se supone que en el mundo los vinos son más admirados por el lugar de donde provienen que por cualquier otro factor, es necesario volver unos pasos para atrás y recuperar el sentido de lugar con un concepto más amplio. Ir de lo general a lo particular, sabiendo que no se está empezando de cero, para comprender cada región. Porque si bien no hace falta saber para disfrutar, conocer y entender amplía el disfrute a niveles inimaginables.
Tips
- Los varietales irrumpieron hace 20 años, pero el lugar demostró ser más importante para definir el carácter de un gran vino, más allá de la interpretación del hacedor. Y si bien ya hay vinos de parcelas únicas, para entenderlos primero hace falta conocer todo sobre la región que los rodea.
- En los 90 se creó la DOC (Denominación de Origen Controlada) Luján de Cuyo para el Malbec. Como en España (o en Francia con las AOC o en Italia con las DOCG), un grupo de productores, liderados por el Ing. Alberto Arizu, delimitaron una zona y dictaron una serie de parámetros a cumplir, con el objetivo de poner en valor el Malbec. Después sumaron una para el Torrontés en los Valles Calchaquíes y otra más genérica en San Rafael.
- Una de las cuestiones que más atentó contra la definición de un lugar fue que muchas bodegas registraron nombres de localidades como marcas, imposibilitando su uso. Ejemplos como Vistalba, Cruz de Piedra, Los Chacayes, Altamira, La Consulta y Gualtallary son los más resonantes.
- Con el avance del conocimiento del lugar y la importancia de la conformación de los suelos en el carácter de los vinos, muchas bodegas quisieron incluir el origen más específico en sus etiquetas.
- El Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) reconoce límites geográficos de distintas localidades vínicas a lo largo del país. Pero los trabajos de investigación de enólogos y agrónomos, muchos de los cuales están en pleno desarrollo, demostraron que los límites políticos poco tienen que ver con los determinados por la naturaleza en función de la conformación de los suelos.
- Todo este desarrollo, en pleno proceso de ebullición, convive con otro concepto que está tomando cada vez más fuerza: el factor humano. Porque al terroir se lo conoce como un vocablo francés que determina el suelo, el clima y el hombre, interactuando para la elaboración de vinos. Y si bien la composición y formación de los suelos pueden influir mucho en el carácter de los vinos, los hacedores tienen la última palabra.