Elisabeth Checa
Más allá de la intimidad es el nombre con que los autores Bruno Mesz, Sebastián Tedesco y Juan Cruz Amusategui, quienes provienen del mundo de la ciencia de la música, presentaron su performance en ocasión de las celebraciones del Día del Malbec, invitados por la bodega Amalaya.
La obra propone ofrecer al público la posibilidad de probar un vino acompañado con una serie de estímulos sonoros que se generan a partir de la acción del beber, conformando una experiencia transmodal donde los sonidos procuran modificar o reforzar la percepción del sabor y el olfato.
Para lograr la sincronización entre la acción del beber y los estímulos sonoros, se utilizaron copas transmodales interactivas. El dispositivo consiste en una copa a la que se han incorporado sensores para detectar tres gestos principales del usuario: cuando la copa es alcanzada por la mano, cuando se airea el vino y cuando el líquido toma contacto con la boca al beber.
El sensado se realiza a través de electrodos adheridos a la superficie de la copa que se conectan a sensores capacitivos y de un acelerómetro en su base. Para evitar el cableado, los datos obtenidos se envían inalámbricamente a una computadora. De este modo, la intervención del objeto es mínima y su uso es similar al de una copa normal.
Los investigadores presentaron este dispositivo en el simposio internacional sobre neurociencia y vino Brain and Wine en Barcelona, en marzo de 2018 (https://brainwine.org/), organizado junto con ElBulli Foundation, UNTREF, INECO y la Universidad de Oxford, entre otras instituciones.
También presentaron un artículo sobre estos dispositivos en el 2º Workshop on multisensory human-food interaction, en 2017 en Glasgow.
Éstas son las ideas básicas:
Unos cuantos estudios muestran efectos significativos de la música sobre diferentes aspectos del sabor del vino: intensidad, taninos, acidez, duración del sabor en boca, entre otros.
Estos estudios, que utilizan métodos temporales de análisis sensorial sobre percepción del sabor del vino sincronizada con música, muestran efectos significativos sobre percepción de dulzor y acidez en vino blanco y sobre taninos y acidez en vino tinto.
Personalmente, siempre asocié el vino con la música: el Cuarteto de Ravel junto a un Torrontés sensual, puro impresionismo o, en el otro extremo, una suite de Händel interpretada por Keith Jarrett, con un Merlot añejo de Weinert.
Hay vinos como sonidos, como estrellas fugaces. Como paisajes.
¿Si se pudieran atrapar esos sonidos, le añadirían magia al vino? Raro, como si las emociones o las iluminaciones que provocan algunos vinos se pudieran medir. Apenas los alcanzan las palabras…
El vino es infinito, todo intento de comprensión es válido. Estos autores, músicos y científicos también aman el vino. Por algo esta investigación, que entusiasmó a todos quienes concurrimos a la demostración con un tinto salteño como protagonista principal. El sabor y los aromas del vino me remitieron al sol de Cafayate y al “Cuchi” Leguizamón. Lo probé en una copa transmodal.