Todos conocemos los mecanismos de defensa de los que habla la psicología. Y parece que no nos damos cuenta que estamos aplicando uno de ellos como escudo ante la inseguridad cotidiana, principalmente, en el conurbano.

¿Qué quiero decir? Ninguna muerte nos impacta.

Escuchamos la noticia, tal vez, soltamos un “qué barbaridad” y seguimos en lo nuestro como si nada. Los nombres de los muertos, mientras tanto, se van acumulando y olvidando.

Convivimos con la idea de que estos homicidios son parte de lo cotidiano.
Y la fuerza de lo cotidiano le puede más a la nostalgia de cuando éramos chicos y podíamos jugar en la vereda sin temer a los balazos.

Las balas de la inseguridad mataron esta semana a un nene de 10 años en Bernal.
Se llamaba Thomas Hidalgo Alarcón y jugaba en la vereda de su casa cuando un plomo le atravesó el pecho.

En este caso no hubo un robo, sino que fue una persecusión entre delincuentes de bandas enimistadas. Dos a bordo de una moto, y otros dos, a bordo de otra. Los autores del crimen fueron detenidos pero Thomas no está más.

Como no está más Manuel Lopez Ledesma, el repartidor de 30 años que fue asesinado en Tres de Febrero por motochorros.

Su papá, Osvaldo, impulsa una la iniciativa junto al abogado Matías Morla de colocar crespones negros en los sitios donde hubo un asesinato para visibilizar a las víctimas de la inseguridad.

Es decir, mostrar eso que no queremos ver

Como no queremos ver que el Gobierno de la Ciudad pidió a los policías que residen en el conurbano que utilicen chalecos antibalas para la ida y la vuelta a sus casas, cuando van a trabajar.

Aunque puede ser una medida para señalar al gobierno vecino. Es alarmante porque a ellos, a los que nos cuidan, también los están matando.

Quizás lo más grave de la situación de inseguridad que respiramos a diario es que la gran cantidad de casos tiene un efecto anestesiante que nos impide reaccionar

¿Qué se necesita? Una política de seguridad profunda y a largo plazo coordinada entre el gobierno nacional, provincial y local, para volver a vivir en una sociedad sin miedo a una muerte a la vuelta de la esquina. Una idea que, a esta altura, parece una utopía

Escuchá la columna de Cecilia Di Lodovico