Si el episodio del portero y Beatriz Sarlo fuera un cuento, sería simple, bello, y hasta arrancaría más de una sonrisa.

«Quedás a cargo de mi departamento después de mi muerte, y también quedás a cargo de mi gata Niní, que te aprecia tanto como te aprecio y valoro yo», dice, con sencillez, el supuesto testamento: una nota escrita a mano, con birome.

Si ese documento es real, Sarlo dejó plasmada —con muy pocas palabras— la gran obra de su vida. Imaginémosla como una picardía post mortem que terminó catapultándola al gran público, lejos de los libros y más cerca de LAM.

En ese caso hipotético, parece poco probable que desconociera que su decisión despertaría un escándalete digno de los programas vespertinos.

Enfrascados en nuestra burbuja cultural, no habíamos reparado en que a la reconocidísima Sarlo le faltaba un último territorio por conquistar: la intimidad de la masividad.

Y fue esta semana, con esta inesperada novedad, que Sarlo llegó a los programas de la tarde, donde los conductores contaron —con pasión— una trama que tiene un villano con nombre perfecto para un cuento: el portero Melanio Alberto Meza.

Todo comenzó cuando amigos de la intelectual se alarmaron al ver en venta los discos del cineasta Rafael Filippelli, última pareja de Sarlo, ya fallecido.

Se entiende eso de aferrarse a lo material. Pero, ¿había pedido la pareja mantener a salvo esos discos? ¿O habrían querido que cumplan otra función más allá del recuerdo inerte? ¿Habrían querido que vuelvan a sonar? ¿Significaban algo para ellos?

¿Somos ideas o somos cosas? ¿Dejamos una huella material o conceptual? Pensamientos demasiado profundos para debatir un sábado a la tarde, pero inevitables en este caso.

También fueron sus propios amigos quienes nos tranquilizaron al informar que la obra de Sarlo —esa que ella misma quería que perdure— está a salvo y en buenas manos.

En el medio quedó herido el marido, Alberto Sato, quien se presentó como heredero al conocer la pretensión de Meza.
La Justicia fue clara: un rotundo no con todas las de la ley. Estaban separados de hecho hace más de 50 años. Ningún juez puede reescribir el Código Civil para sacar del medio a un portero.

Ahora bien, si la nota no fuera real —algo que un peritaje definirá—, y si todo se tratara de un plan cruel para usurpar la casa de Sarlo, hay que decir que Meza, con sus supuestas malas intenciones, nos regaló una curiosa pero efectiva forma de volver a poner en escena a la ensayista: una de las analistas más importantes y lúcidas de este complejo pero animado país, que hoy la tiene —una vez más— como protagonista.

Escuchá la columna de Cecilia Di Lodovico acá