La cultura del narcotráfico en Argentina caló hondo. Una mezcla del folclore de los capos colombianos y mexicanos y costumbres de narcos peruanos metidos en una licuadora social que se presta para que las peores prácticas de las organizaciones criminales se derramen sobre los más chicos que viven en la pobreza, la vulnerabilidad, carecen de objetivos y ambicionan las vidas que se venden en redes sociales. ¿Qué combo no?

Hago toda esta introducción para hablar de un triple crimen que nos estalló en la cara. Porque esto va creciendo donde no miramos o no queremos ver: en los barrios. Podría enumerar crímenes muy crueles que ya se dieron en el pasado reciente y lejano, pero vamos a concentrarnos en los homicidios de Morena, Brenda y Lara que nos ponen frente a un nuevo fenómeno en nuestro país: los NARCOFEMICIDIOS

¿Por qué hago referencia a esta figura? En primer lugar, entre las víctimas hay una chica de 15 años, que era abusada desde los 13. Existe, además, un contexto de vulnerabilidad y trabajo sexual.

El narco es ultra machista, y dentro de ese machismo está el rol de las mujeres como propiedad. Las mujeres son parte del dominio y sus muertes son funcionales al control del territorio. Ellos también dominan sus cuerpos. Son sus dueños. Excepto a las que llegan a ser jefas, el resto es mercancía.

También vemos la brutalidad de los asesinatos y su exhibición. La forma habla sobre el control sobre sus cuerpos. El salvajismo en el cuerpo de las mujeres es el mensaje disciplinante.

El narcotráfico -y el narcomenudeo- para crecer necesita vulnerabilidad y pobreza. Es un pulpo que atrapa con sus tentáculos. Crece y crece alimentándose de las ausencias del Estado. Triste y latente realidad.

Escuchá la columna de Cecilia Di Lodovico acá